domingo, 17 de enero de 2010

A un árbol seco

Cada vez que veo árboles como estos, recuerdo este poema de Don Antonio Machado que me enseñaron en la secundaria:


Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.
  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.




A un olmo seco
4 de mayo de 1912

No tengo ni idea qué clase de árbol será este o los tantos árboles que me recuerdan a ese olmo seco, pero sí sé que le estaré por siempre agradecida a mi profesora de "Castellano", la señora Susana Segura, a quien le debo muchísimos poemas y cuentos con los que me hizo encontrar.